EN EL PÁRAMO
Estoy en un páramo, una vasta extensión de tierra reseca
donde la superficie se peina de grietas. No hay nada ni nadie alrededor, ni un
triste matorral, ni una sinuosa serpiente, ni un alma perdida. El horizonte es
una planicie que se extiende hasta el infinito. Todo es un desierto vacío y
ausente.
Hay luz, pero no se ve el sol. No puedo situar los puntos
cardinales, estoy perdida. Tampoco se adivina un camino o un sendero maltrecho.
Hacia dónde dirigirme.
En una situación así, solo se me ocurren dos alternativas:
caminar sin dirección o quedarme parada donde estoy. Si elijo empezar a andar
puede que lo haga en círculos y que vuelva –sin ser consciente de ello- al
mismo punto de partida. No, caminar sin rumbo no tiene sentido; sin duda,
resulta una empresa inútil, un esfuerzo baldío que me agotará física y
psicológicamente.
Bien, permanecer en este lugar sin moverme es la otra opción.
Entonces se abren dos nuevas posibilidades o formas de afrontarlo: el enfado o
la aceptación. Siguiendo los patrones aprendidos y practicados durante toda mi
vida debería irritarme, expresar mi enojo con gritos, insultos y un sinfín de
arrebatos de cólera y llanto. Es una elección muy válida, pero solo me llevaría
a la frustración por no poder cambiar la situación y, de nuevo, al agotamiento
físico y psicológico.
Admitir que estoy perdida se alza como la alternativa más
inteligente y, también, la más amorosa para conmigo misma. Si no puedo cambiar
la realidad, mejor aceptarla y esperar a que suja una señal proveniente del
cielo, del horizonte, de mi intuición. Desconozco cuánto tiempo habré de
permanecer en este lugar inhóspito, sin embargo elijo esperar tranquila por
instinto de supervivencia: no malgastar energías.
Aquí estoy, permitiendo que la naturaleza siga su curso.
Comprometida con la esperanza de que la espera también hay que vivirla como
parte integrante de la vida. Concediéndome la oportunidad de hacer las cosas de
otra manera, desde otro enfoque menos severo y riguroso. Aprendiendo a respirar
y a sentir mi cuerpo, tantos años subyugado bajo el imperio de la mente.
Ascensión
Menchón García
Maestra y
terapeuta de Reiki
Terapeuta de
masaje Metamórfico
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