TEJIENDO MUNDOS DE LUZ

martes, 23 de enero de 2018

VIDA





Mis abuelos nunca hablaban sobre el estrés, ya que en su mundo el estrés no existía. Se dedicaban a la agricultura y reconocían el tempo de las estaciones, donde el ritmo lo imponían los fenómenos de la naturaleza, el sol, la luna y las estrellas. Cuando la tierra respondía a su laboriosidad y al flujo de las lluvias. Entonces, se trabajaba con las manos y el detalle no era un valor añadido, sino el valor en sí mismo. Mis abuelos vivieron humildemente, y necesitaban muy pocas cosas para sentirse en paz. No era fácil, por razones obvias, pero sí sencillo.                                                                                                                                           
Ahora, respiramos con dificultad debido al estrés físico, mental y emocional que nos acompaña desde nuestro nacimiento. Nos movemos como pequeñas hormigas afanosas en época estival, siempre atareados; incluso en nuestro tiempo “libre” nos ocupamos en realizar actividades múltiples y, muchas de ellas, multitudinarias y ruidosas. Nuestros descansos nos duelen y nos avergüenzan, como si tuviéramos que justificarnos por quedarnos un sábado en casa o dormir dos horas de siesta. 

Desconocemos la sensación de estar en paz. Hace unos días, un amigo me comentaba, con cierta nota de estupor, que notaba cierta preocupación porque se sentía tranquilo. Hemos creado un mundo donde la inquietud es la nota dominante y monótona de nuestra sociedad. Vivimos gastando los días estando ocupados y durmiendo las noches a base de píldoras de colores. 

La quietud y el silencio constituyen los lujos del siglo XXI. Aprender a vivir en paz en un mundo donde se adora la velocidad configura un nuevo orden social, casi un estado de derecho donde la responsabilidad de lograrlo recae sobre cada uno de nosotros de forma individual. No basta con quejarnos y soliviantarnos ante lo que suponemos un agravio en contra de nuestra serenidad: luchar para hallar la paz no parece una estrategia muy eficaz. El fin no justifica los medios, sino que los medios deben ajustarse al fin que se persigue. Cada uno es capaz de encontrar el sosiego en su interior y así, con su ejemplo, mostrar y animar a los demás a que hallen su propio sistema.  

Aún estamos a tiempo. Puede que cometamos errores por el camino y que, a veces, el fracaso nos frustre, pero no por ello apagará nuestra voluntad ni nuestro derecho legítimo a vivir en paz. Todo aquel que busca, encuentra.

Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
Estudiante de “Un Curso de Milagros”

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