Cuando la compasión hacia uno mismo resulta una tarea
complicada es que nos estamos equivocando de sentimiento. No estamos siendo
compasivos, sino que nos obligamos a ello. La verdadera compasión surge con una
total y amorosa aceptación de quiénes somos –o creemos ser-, de cómo actuamos,
de cómo nos sentimos: una tolerancia absoluta hacia nuestra persona.
Nos hallamos inmersos en un mundo de máscaras, donde parece
difícil –si no imposible- reconocernos de manera sincera. Si, en algún momento
de nuestras vidas, nos damos el permiso para asomarnos a nuestro interior
encontramos aspectos de nosotros que –como poco- nos disgustan. Ante dicho
descubrimiento añadimos más y más capas de barniz para tapar lo que –según
nuestro criterio- se consideran imperfecciones.
Pasamos la vida envolviéndonos, tapándonos, protegiéndonos. Y
un día, por cualquier motivo, se abre una grieta. Dicha grieta es impertinente
y tenaz, no se deja cubrir bajo ningún concepto. Ya no hay escapatoria,
empezamos a descubrirnos a nuestros ojos y estamos –en cierto modo- aterrados:
ahora, cualquiera puede vernos.
Nuestras debilidades salen a la luz, aunque también nuestras
mayores cualidades. Sin embargo, el foco de nuestra atención se centra en las
debilidades. Nuestra torre –aquella en la que nos sentíamos prisioneros, pero
también a salvo- se desmorona y no parece que nada vaya a sobrevivir indemne.
Muchos postulan que lo fundamental en dicha situación es el
valor y el coraje para enfrentarnos a los miedos. Y tienen razón, hay que tener
una buena dosis de bravura para la batalla. Sin embargo, si actuamos así ¿no
estaríamos cayendo de nuevo en la misma espiral? Pensar en términos de guerra,
valentía y lucha, desembocaría –de nuevo- en un contexto donde primaría la
protección: protegerse de algo, de alguien, de nosotros mismos. Y otra vez, nos
encontramos levantando una nueva torre, fortaleciendo las murallas.
A mí me gusta más la compasión porque encauza nuestros
sentimientos hacia un remanso de paz y aceptación. Donde la prisa por el cambio
tampoco ha lugar. Acampamos en un espacio seguro y afectuoso -para algunos poco
frecuentado- pero que no resulta totalmente desconocido porque siempre ha
estado ahí, esperándonos, brindándonos descanso.
No se trata solo de sentir compasión, sino de practicarla.
Cada uno puede practicar la compasión consigo mismo. No estoy hablando de
sentir lástima, aflicción o cualquier otro tipo de sensiblería. Me refiero a
una verdadera generosidad hacia nuestra vida; una clemencia genuina donde la
sabiduría de la inseguridad encuentre reposo.
Seamos compasivos con nosotros mismos, seamos nuestros
mejores amigos.
Ascensión
Menchón García
Maestra
y terapeuta de Reiki
Terapeuta
de Técnica Metamórfica
Si
necesitas más información o quieres solicitar cita para una sesión de Reiki o
Metamórfico ponte en contacto conmigo a través del “Formulario”, a la derecha
de este artículo, o en la pestaña “Contacto” de este blog.
Si
te apetece, deja un comentario sobre este artículo. Me gustaría conocer tu
opinión.
Sígueme
en facebook.com/ascension.mg y en twiter @Ammagnetica