TEJIENDO MUNDOS DE LUZ

miércoles, 11 de abril de 2018

ESPIRITUALIDAD


EL CAMINAR



Habitualmente, las personas que inician una vida espiritual o religiosa persiguen un cambio en sus vidas. La motivación puede estar causada por una especie de llamada interior, por una cierta insustancialidad vital del tipo qué sentido tiene la vida y, así mismo, porque en su mundo externo (el trabajo, la salud, el amor, etc.) ha sufrido alguna pérdida o desventura. Ya sea por la razón que sea, emprendemos la andadura hacia la espiritualidad con un objetivo más o menos definido: queremos encontrarnos bien, mejor que en este momento.

Y empezamos entusiasmados o, al menos, esperanzados buscando cuál ha de ser nuestro camino: alguna religión con o sin figura divina a la que adorar, cualquiera de las disciplinas reconocidas como yoga o meditación, o alguna de las múltiples llamadas terapias (filosofías) alternativas ya sea reiki, constelaciones familiares o sanaciones energéticas de otro tipo. 

Buscamos un sendero ya explorado y seguimos los pasos de un maestro que nos guía y nos aconseja sobre qué, cómo, cuándo y todas las interrogantes que vayan surgiendo. Si es un buen maestro –que los hay en todas las alternativas- nos acompañará con amor, paciencia y un respeto absoluto por nuestro propio proceso; y, además, nos enseñará a desvincularnos de él para que hallemos la Verdad en nuestro interior.

Una vida espiritual no se aleja del mundo, pero no es de este mundo. Una vida espiritual no pretende despojarnos de ninguna de nuestras posesiones o de nuestras relaciones, ya que el propósito no se basa en el qué sino en el para qué. Así no hemos de obligarnos a realizar ningún acto que implique una renuncia explícita a nuestro espacio: la amistad, el amor o los placeres mundanos (el sexo también está incluido). Si solo conocemos este mundo ¿no tendría más lógica encontrar la luz aquí en la cotidianidad? No es necesario ir a la India, a Jerusalén ni a las pirámides de Egipto para encontrar y reconocer nuestra “santidad”, pues está ubicada en nuestro interior (no, lo siento, los chacras no son nuestro interior): es nuestra identidad lo que ansiamos. 

La espiritualidad, la sanación o el nombre con la que decidamos denominarla pertenece a un mundo donde el miedo, la tristeza y la rabia –en todas sus modalidades- no tiene cabida. Podemos atraer esa vida hacia nosotros y verla reflejada en cada momento del día. ¿De que serviría rezar, meditar o cualquier otra actividad similar si no la interiorizamos para así proyectarla en y con los demás? ¿Para qué el esfuerzo (porque el empeño no es baladí) de descubrir nuestra Vida si no la compartimos? No somos una isla aislada en el océano, todos formamos parte del todo. 

A medida que nos reencontramos con nuestra esencia –con todas las caídas y desesperanzas que sufrimos durante la odisea- sentimos una cercanía con la esencia del “otro” que nos permite entender y dejar de juzgar. Y soltamos lastre para ascender y salir del laberinto.

Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
Estudiante de “Un Curso de Milagros”

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martes, 27 de marzo de 2018

EL DIABLO


ESTRATEGIAS DE DISTRACCIÓN
 
Una vez, el Diablo, descontento de cómo progresaba su trabajo en la Tierra, llamó a capítulo a sus cohortes, pidiendo voluntarios para una misión en la Tierra; pidió también ideas y sugerencias en cuanto a lo que se le pudiera decir a la humanidad para acelerar el trabajo. Un espíritu maligno sugirió que se les podría decir a los hombres que Dios no existía. Otro sugirió lanzar el rumor de que lo que no existía era el alma, pero nada de esto complació al Diablo. Finalmente un diablillo se adelantó por fin pidiendo que se le adjudicara a él la misión; el Diablo le preguntó qué era lo que iba a contarles a los hombres y el diablillo contestó: “Voy a decirles que no hay prisa”. Consiguió rápidamente el trabajo y los pasillos del infierno se llenaron de gritos de alegría.

 

Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
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miércoles, 21 de marzo de 2018

ROSTRO


 ¿ROSTRO O MÁSCARA?


Echo un vistazo a Facebook después de una larga temporada sin entrar y me fijo con atención en las fotos de todos mis contactos: paisajes, portadas y reseñas de libros, publicidad más o menos explícita, peticiones de firmas, comidas y bebidas (aún no entiendo este furor por compartir las imágenes de lo que ingerimos) y, sobre todo, rostros con distintos semblantes, aunque la mayoría de ellos con expresiones de manifiesta felicidad y entusiasmo por la vida.

Me complace enormemente observar cómo gozamos de cada día en internet, es decir, de cara a la galería. Mostramos al público de las redes sociales nuestra cara amable y agradecida por los dones que recibimos. Permitimos que todo aquel que lo desee entre a curiosear en nuestra dicha y abrimos la interface con gozo al mundo. 

Por el contrario, en la intimidad, nuestros fantasmas y miedos más oscuros salen a la luz impunemente, a pesar de todos nuestros esfuerzos por reprimirlos, esconderlos y encadenarlos en lo más profundo de nosotros. Aplacamos la ansiedad, la ira y el resentimiento, y maquillamos la tristeza, la desesperanza y el dolor: no pueden pasar más allá de nuestra mente, nadie debería conocer –ni tan siquiera sospechar- que todos los seres humanos sufrimos a lo largo de la vida.

Disfrazamos bajo una máscara nuestra penumbra para no sentirnos desvalidos o infravalorados por los demás, ya que nadie desea relacionarse con personas problemáticas. Y, entonces, acudimos a todas las terapias conocidas para reconciliarnos con la imagen –la nuestra- que nos mira sonriente desde nuestros dispositivos propagandísticos.

Y cuándo nos contemplamos en el espejo qué vemos, qué rostro descubrimos, qué quiere mostrarnos y ¿lo vamos a escuchar?

Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
Estudiante de “Un Curso de Milagros”

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martes, 23 de enero de 2018

VIDA





Mis abuelos nunca hablaban sobre el estrés, ya que en su mundo el estrés no existía. Se dedicaban a la agricultura y reconocían el tempo de las estaciones, donde el ritmo lo imponían los fenómenos de la naturaleza, el sol, la luna y las estrellas. Cuando la tierra respondía a su laboriosidad y al flujo de las lluvias. Entonces, se trabajaba con las manos y el detalle no era un valor añadido, sino el valor en sí mismo. Mis abuelos vivieron humildemente, y necesitaban muy pocas cosas para sentirse en paz. No era fácil, por razones obvias, pero sí sencillo.                                                                                                                                           
Ahora, respiramos con dificultad debido al estrés físico, mental y emocional que nos acompaña desde nuestro nacimiento. Nos movemos como pequeñas hormigas afanosas en época estival, siempre atareados; incluso en nuestro tiempo “libre” nos ocupamos en realizar actividades múltiples y, muchas de ellas, multitudinarias y ruidosas. Nuestros descansos nos duelen y nos avergüenzan, como si tuviéramos que justificarnos por quedarnos un sábado en casa o dormir dos horas de siesta. 

Desconocemos la sensación de estar en paz. Hace unos días, un amigo me comentaba, con cierta nota de estupor, que notaba cierta preocupación porque se sentía tranquilo. Hemos creado un mundo donde la inquietud es la nota dominante y monótona de nuestra sociedad. Vivimos gastando los días estando ocupados y durmiendo las noches a base de píldoras de colores. 

La quietud y el silencio constituyen los lujos del siglo XXI. Aprender a vivir en paz en un mundo donde se adora la velocidad configura un nuevo orden social, casi un estado de derecho donde la responsabilidad de lograrlo recae sobre cada uno de nosotros de forma individual. No basta con quejarnos y soliviantarnos ante lo que suponemos un agravio en contra de nuestra serenidad: luchar para hallar la paz no parece una estrategia muy eficaz. El fin no justifica los medios, sino que los medios deben ajustarse al fin que se persigue. Cada uno es capaz de encontrar el sosiego en su interior y así, con su ejemplo, mostrar y animar a los demás a que hallen su propio sistema.  

Aún estamos a tiempo. Puede que cometamos errores por el camino y que, a veces, el fracaso nos frustre, pero no por ello apagará nuestra voluntad ni nuestro derecho legítimo a vivir en paz. Todo aquel que busca, encuentra.

Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
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