EL CAMINAR
Habitualmente, las personas que inician una vida espiritual o
religiosa persiguen un cambio en sus vidas. La motivación puede estar causada
por una especie de llamada interior, por una cierta insustancialidad vital del
tipo qué sentido tiene la vida y, así mismo, porque en su mundo externo (el
trabajo, la salud, el amor, etc.) ha sufrido alguna pérdida o desventura. Ya sea
por la razón que sea, emprendemos la andadura hacia la espiritualidad con un
objetivo más o menos definido: queremos encontrarnos bien, mejor que en este
momento.
Y empezamos entusiasmados o, al menos, esperanzados buscando
cuál ha de ser nuestro camino: alguna religión con o sin figura divina a la que
adorar, cualquiera de las disciplinas reconocidas como yoga o meditación, o
alguna de las múltiples llamadas terapias (filosofías) alternativas ya sea
reiki, constelaciones familiares o sanaciones energéticas de otro tipo.
Buscamos un sendero ya explorado y seguimos los pasos de un
maestro que nos guía y nos aconseja sobre qué, cómo, cuándo y todas las
interrogantes que vayan surgiendo. Si es un buen maestro –que los hay en todas
las alternativas- nos acompañará con amor, paciencia y un respeto absoluto por
nuestro propio proceso; y, además, nos enseñará a desvincularnos de él para que
hallemos la Verdad en nuestro interior.
Una vida espiritual no se aleja del mundo, pero no es de este
mundo. Una vida espiritual no pretende despojarnos de ninguna de nuestras
posesiones o de nuestras relaciones, ya que el propósito no se basa en el qué
sino en el para qué. Así no hemos de obligarnos a realizar ningún acto que
implique una renuncia explícita a nuestro espacio: la amistad, el amor o los
placeres mundanos (el sexo también está incluido). Si solo conocemos este mundo
¿no tendría más lógica encontrar la luz aquí en la cotidianidad? No es
necesario ir a la India, a Jerusalén ni a las pirámides de Egipto para
encontrar y reconocer nuestra “santidad”, pues está ubicada en nuestro interior
(no, lo siento, los chacras no son nuestro interior): es nuestra identidad lo
que ansiamos.
La espiritualidad, la sanación o el nombre con la que
decidamos denominarla pertenece a un mundo donde el miedo, la tristeza y la
rabia –en todas sus modalidades- no tiene cabida. Podemos atraer esa vida hacia
nosotros y verla reflejada en cada momento del día. ¿De que serviría rezar,
meditar o cualquier otra actividad similar si no la interiorizamos para así
proyectarla en y con los demás? ¿Para qué el esfuerzo (porque el empeño no es
baladí) de descubrir nuestra Vida si no la compartimos? No somos una isla
aislada en el océano, todos formamos parte del todo.
A medida que nos reencontramos con nuestra esencia –con todas
las caídas y desesperanzas que sufrimos durante la odisea- sentimos una
cercanía con la esencia del “otro” que nos permite entender y dejar de juzgar.
Y soltamos lastre para ascender y salir del laberinto.
Ascensión Menchón García
Maestra y terapeuta de Reiki Usui, Egipcio, Karuna y Shambala
Terapeuta de Técnica Metamórfica
Estudiante de “Un Curso de Milagros”
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